martes, 21 de diciembre de 2010

Historias de familias en las 4000 islas

escritura

Jugamos a escritura automática en inglés. Construimos historias de hermanos, padres y madres. Historias de familias ahora que nuestras familias somos nosotros mismos en este sitio al sur de todo dónde por primera vez siento lo remoto de estar lejos, en otro lugar y en otro tiempo.

El inglés no nos pertenece, o nosotros no le pertenecemos a él, de manera que nuestras historias son básicas y esenciales, sin giros , infantiles y salvajes en su desnudez.

Por las mañanas, salgo del bungalow a las seis y media. Me doy un paseo por los arrozales, y luego un baño en el río. Me acerco a las cocinas de las casas para oler el arroz cociéndose dentro del bambú, en un fuego en el suelo. Luego, me quedo sentada al lado de alguna mujer que hace la colada y mojo los pies en el agua, para que el jabón que se escurre de sus sábanas distraiga mis piernas asilvestradas.

Otros días la mañana se me escapa, sin saber cómo la he perdido.

Vamos todas las tardes al mismo sitio a ver la puesta de sol por encima del Mekong. Las puestas de sol en Don Det son rosas, largas, y saben a un placer tan descarado que a veces ciertos azotes de culpabilidad me abofetean la cara. Nos pedimos un té de jengibre y nos dejamos caer en las hamacas de bambú de una sola pieza.

En esta isla de río.

nenes arrossals_dondet, laos

escuela_4000islas

Llevo unos días aquí. Tenía necesidad de crear una especie de rutina, un espacio en el que poder decir todos los días aunque sólo sean unos pocos. De parar y formar parte. De sentirme algo parecido a una más en algún rincón de este país descubrimiento, este país al que ya tengo ganas de volver sin haberme despedido todavía de él.

Justamente mañana tenía que estar volando a Australia según mis planes iniciales.

Hay muchas cosas que no pueden esperar, pero Australia sí puede hacerlo un poco.

Mi visa en Laos se acaba el día 25, el día de Navidad. Significa que ese día voy a pasarlo entero "saliendo" (barco, tuc tuc, frontera, autobús) de este lugar remoto para llegar de nuevo a Bangkok, el 26 por la mañana. Desde allí (todavía no sé cómo) pretendo saltar a Indonesia, tras tramitar algunos papeles en la ciudad dónde empezó todo.

Me aterra salir de aquí, afrontar la ciudad, vestirme a modo ciudad, asumir la burocracia de la ciudad.

Por suerte sólo serán unos días. Luego, buscaré otro lugar dónde las puestas de sol me sigan azotando para terminar el año.

Y empezarlo con una buena paliza.

llibre

miércoles, 15 de diciembre de 2010

De cortinas añoradas en el sur de Laos

Miss you, miss you.
Las cortinas de la habitación de tres euros en la pensión de Champasak llevan escrita la frase duplicada, con muchos puntos suspensivos detrás.
Miss you…… Miss you…….
Me quedo abducida pensando en todas las cosas que caben dentro de tantos puntos, y luego me acuerdo de que allí en el frío crecen convencidos un par de seres diminutos dentro de las barrigas de dos amigas muy queridas. Aquí en Laos en cambio, el sur se torna rústico y básico, y muy caluroso. Calor desde las seis de la mañana, además, justo después del despertar forzado por los gallos entusiastas y drogadictos (no sé qué se toman los gallos en este país, pero tiene que haber truco). Calor en caminos de arena interminables llenos de bultos y polvo rojo que le retornan a mis pulmones por varios días una vieja tos de fumadora que creía enterrada.
Son caminos crueles. En este país ya he visto un par de autobuses volcados en medio de la carretera, como parte del paisaje, hasta discretos, diría yo. Me pregunto cuántos de estos deben de suceder a lo largo de los días sin que le importe demasiado a nadie.

everything together

Días de economía de guerra, como guerrillera es esta parte. Duermo por 2 o 3 euros, y mi presupuesto se reajusta alrededor de los 10 euros por día. Viajo en un tuc tuc generoso de carga, dónde a parte de meternos a todos nosotros, nos acompañan 50 kilos de melones, un centenar de sandías, 25 sacos de arroz, varias cincuentenas de huevos, un número inconcreto de gallos y gallinas, una decena de garrafas con líquidos varios, varios sacos de mercancía que dejamos en distintos establecimientos a medida que atravesamos los pueblos a modo camión de reparto, y otros bidones y cajas portadores de material inclasificable. El conductor pone gasolina mientras se enciende un cigarro (y mientras yo me amparo a mi santo sui generis), paramos en varios sitios de desvíos infernales a hacer “encargos” y dejar "paquetes" (por llamar de alguna manera a la carga mastodóntica) y lo que prometía ser un trayecto de un par de horas acaba tomando prestada toda la mañana, y nadie nos la devuelve.

Y mientras, ellos, esperan, aguantan el calor, el polvo, la falta de información. Estoicamente. Nadie dice nada, nadie se lamenta. Una madre acaricia el pelo de su hija con las manos negras y viejas de arrozales, y suspira, discreta. Lo más parecido a una queja.

En el trayecto de Pakse a Champasak soy la única blanca del tuc tuc, como también lo he sido en el autobús desde Tadlo (el pueblo dónde he estado los últimos dos días) a Pakse. En el primero me han dejado sitio apenas me han visto entrar, amontonándose todos los demás unos encima de otros para que yo tuviera dos asientos (soy blanca y además, tan grande comparada con ellos). En el segundo, se ha creado una línia invisible pero TAN agresiva entre yo, la rica, y ellos, los pobres. Algunos niños se me acercan para chocarme los cinco pero, en general, todos me miran mientras comentan sin tapujos cosas, por lo visto, divertidísimas sobre mi y me relegan a una inverosímil y comiquísima condición de Indiana Jones.

senyora gorro
señora bus pakse
niño

En fin.
Mañana cumplo 100 días de camino y esto cada vez más empieza a ser lo que tenía que ser.

viernes, 10 de diciembre de 2010

El hechizo, Luang Prabang

through the river, Nong Khiaw
from the countryside, luang prabang
Ringing the bell, Luang Prabang
violet umbrella, luang prabang

Más cerca de Navidad que del verano, y aún así, completamente desubicada con mis tirantes, me planto hoy a la mitad de mi estancia en Laos. Un sitio en el que, de momento, y por un montón de razones distintas, me siento extrañamente protegida y a gusto.

Tras estos días, me he convencido de lo que ya sospechaba: desde que empecé el viaje he mantenido una cierta reticencia a relacionarme sólo con viajeros. Los backpackers en british, o mochileros en su versión más castiza, formamos parte del mobiliario del sureste asiático, como lo forman los arrozales, los gallos o los noodles. Algo genial para el turismo de estos países -de momento, y no en todos los casos-, menos maravilloso cuando uno intenta llegar a conclusiones sobre los lugares y sus lugareños.
Al principio solían apasionarme las conversaciones típicas de viajeros sobre destinos y sóbre dónde has estado antes y a dónde vas a ir, pero a día de hoy me aburren un poco, y además a menudo (aunque no siempre) hay algo de vacileo en ellas (yollevotresañosydosmesesviajando) que me molesta bastante. Pero por encima de todo, a mi me causa cierta inquietud la duda de que relacionarse sólo con viajeros sea un muro para acceder a la gente del lugar. Al fin y al cabo, estoy en Laos, y no en Alemania.

Aun así,y rompiendo parte de mis "reglas", en Luang Prabang he tenido una pandilla espectacular, compuesta sólo por viajeros, cada uno de un lugar (Israel, Francia, Alemania, USA, Suecia, Bélgica, Holanda, Cataluña). Todo empezó con un juego.
De hecho, estaba sola en el medio de Luang Prabang, planeando mi tarde tras una mañana con mis amiguitos los monjes postadolescentes. De repente el peso de varias miradas hizo que, por fuerza, me girara hacia la procedencia de ese poder. Ocho hombres hablaban sobre mi al mismo tiempo. Nervios, desajustes de la psicomotricidad fina, chopstick al suelo: ¿qué tengo, qué pasa, me habré manchado, por qué se ríen? Uno de ellos se acercó y me explicó que llevaban todo el día jugando a adivinar nacionalidades (ellos también se habían conocido de esta manera, varios días atrás). Tú eres: italiana, o argentina, o chilena, o española. Dije, catalana, y luego me fui, pura timidez, con mi bici. Sin embargo, volví (tras pensarme cómo hacerlo de la manera más natural posible sin que se notara que la vergüenza me devoraba) y esa se convirtió, durante los siguientes días, en mi pandilla en Luang Prabang. Con esta cuadrilla rodamos un corto, compartimos amaneceres y atardeceres viendo el paseo del sol por encima del Mekong y seguimos jugando al guessing game, el juego de moda.


Por lo demás, Luang Prabang ha sido exactamente eso, un hechizo, Después de entrar en Laos por Luang Nam Tha (cerca de la frontera con China), y seguir mi ruta en Nong Khiaw, llegué a Luang Prabang tras un trayecto en barco de siete horas bastante cautivada y me dejé seducir del todo.
Luang Prabang tiene más de 50 tempos, que son mezcla de la arquitectura budista y el colonialismo francés, y de los que se dice ser los más bellos del sureste asiático. En 1995 la ciudad fue nombrada primer Patrimonio de la Humanidad de Laos por la Unesco. Gastronómicamente, el lugar es una mezcla de noodles, arroz, baguettes, crêpes y café del bueno. Está rodeada de montañas, de los ríos Mekong y Nam Khane, llena de monjes, y es un sitio amable y precioso. Actualmente, en realidad, un poco al borde de dejar de serlo por el backpackerismo salvaje.
El mismo backpackerismo, por ejemplo, que convierte a los diurnos conductores de tuc tuc (el transporte del sureste asiático) en camellos de noche. De hecho, el primer día que uno de ellos me susurró "marihuana, marihuana" a la oreja, creí que decía "Mariona, Mariona", y me asusté.

Tanto hechizo, tanto hechizo, a veces, me confunde.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Laos, de agujeros y horizontes

umbrella'sboys1,nong khiaw

Se podría decir que, tal y como me ha dicho ella a través del chat del correo hace un rato (vivan las tecnologías -casi siempre-, viva tú, oportuna y elocuente por saber siempre encontrar nombres sin darte cuenta), lo de estos días han sido pequeños agujeros.

Separarme de mi hermano me dejó una sensación de vacío, algo parecido a un volver a empezar. Y además, un poco de pereza, y de morriña. A eso, le sumé ciertas dudas, que aunque ya tenía el gusto y no eran nuevas, debo decir que estaban bastante dormilonas hasta el momento, e incluso creí que habían decidido mudar de piel.

Estos días se despertaron y decidieron darme la noche, a mi, que quería dormir.

Pero los agujeros están para eso, para poder disfrutar y chupar mejor los horizontes que vienen después. Creo que en realidad es tan fácil como admitir que el plan de todo esto era crecer, pero que en cuanto se presenta la oportunidad para ello (clara, sin confusión, brillante), qué pereza! ¿Ya? No veas ¿tiene que ser de esta manera? ¿por qué? perooo, ¿por qué?

En fin. Ya pasó, todo bien. Energía otra vez. Ganas, muchas.

Y Laos conmigo.

País brutal, de momento. Gallos transnochados que deciden darle al pico a las dos de la mañana. Monjes budistas de catorce años que me enseñan sus habitaciones adolescentes llenas de pósters y me ponen música lao con toque britpop y me preguntan dónde está mi husband y mis, oh my God, hijos. Incontables horas (mejor no llevar la cuenta) de autobús por carreteras sin asfaltar en trayectos surrealistas que cruzan aldeas de cabañas de madera, llenas de gallinas y personas a partes iguales.

Así pinta Laos en sus primeros días.

Y en cuánto a mi.

Tras casi noveinta días caminando, lo mío sigue siendo, de momento y para largo, la perspectiva de ser la dueña absoluta y total de mis días, con todo lo que tiene de aterrador y de grandioso.

cycling, laos