viernes, 4 de noviembre de 2011

SECOND ROUND

Graffiti en mi nueva calle en Melbourne,en Northcote


En un delirio de justicia universal -o en mis fantasías postadolescentes, que para el caso es un poco lo mismo-, a veces imagino que todas las personas que se han alejado de mi sin preguntarme si me parecía bien, se juntan en la puerta de mi casa en un terrible ataque de arrepentimiento (nótese que en ese delirio también tengo una casa fija en la que se me puede encontrar, dejar notas, regalos y flores. No hay más mudanzas ni cajas repartidas por distintas ciudades; hay una casa base a la que regresar después de viajes espectaculares por el mundo y oh, milagro! no hay que pagarla).

Volviendo a la fantasía. Misteriosamente, todas estas personas se han dado cuenta al mismo tiempo de cómo molo y cómo la cagaron, y más misteriosamente aún, yo ya no las necesito para nada y soy la reina de la autosuficiencia.

Podría decirles un montón de cosas: cómo las he esperado, mejor, cómo me he marchitado esperándolas, cómo me he muerto de ansiedad al no entender, cómo me he jodido el cerebro imaginando las simultaneidades más perversas. Podría decirles todo eso, y ellas me escucharían, compungidas, arrepentidas, suplicando con los ojos mi perdón. Pero en realidad, aún y con esa posibilidad, prefiero no hacerlo y en un ejercicio de estupendismo me suelto la coleta, dejo que todos los pelos vuelen a cámara lenta y, más ancha que larga, me voy.

Al final, además, lo mejor de la fantasía no es este final peliculero, si no el hecho de que la puesta en escena no es estratégica: las personitas de la puerta y su arrepentimiento me importan absolutamente un bledo.


La última vez de este delirio fue ayer. Y entonces dejé de imaginar y me encontré en Melbourne otra vez, ordenando las cosas de mi nueva habitación. Con ganas de justicia universal pero desde luego con la autosuficiencia poco suficiente, más cercana a la estrategia que a la indiferencia; muy blandita, vamos. De modo que salí a correr para acordarme de todas las cosas que me gustan de esta ciudad y para expulsar con el sudor los fantasmas de este jetlag emocional que llevo arrastrando desde que llegué, hace una semana.


Melbourne tenía que esperarme con la primavera puesta y todavía hace frío. Igual yo tenía que traer el sol desde Barcelona, pero no me ha pillado en eso.

Los dos meses fuera de aquí han pasado como una especie de espejismo. En Madrid y en Barcelona he visto a decenas de personas y tengo la sensación de no haber visto a a nadie, de no saber bien en qué anda toda la gentecilla que hace poco más de un año eran parte de mi día a día. Aunque la haya visto, y nos hayamos alegrado tanto, y nos hayamos besado y abrazado y tocado mucho.

Me he pasado casi todo el viaje a casa planteándome si (o cuando) volvería a vivir allí, con cierta decepción al confirmar que algunas cosas siguen con la misma parálisis, con cierta torpeza intentando adaptarme a unas rutinas que ahora ya no son las mías y con cierta extrañeza al estar de paso en el sitio de dónde uno es.


En medio de todo eso, algunas conversaciones.


"- Al grano: Estáis juntos?

- Bueno, no sé si juntos, pero estamos empezando.

- Ya, pero estáis juntos entonces.

- Bueno, algo así, supongo. Parece.

- Qué bien, me alegro, se veía venir, bla bla bla"


U otras.

"- Bueno, te lo quería decir, pero es que estabas lejos, y no hablábamos... Pero vamos, todo sigue igual, en serio!

- ¿Sí?

- Claro, sí! "


No sé si todo sigue igual. No debería. En realidad, empezaba a ser todo un poco menos raro la semana que me tocaba volar otra vez, así que de nuevo tampoco demasiado espacio para conclusiones.


En cualquier caso. Hoy me curan los espacios verdes de esta ciudad y ahora me cuesta imaginarme en un sitio sin pájaros al salir de casa ni bicicleta todo el rato. Menos mal. Porque estas cositas (que además oh! son gratis) me dan aliento y me convencen un poco en medio de tanta duda, ahora que tengo a todos los fantasmas de todas las fiestas temáticas bailándome dentro.


(Habrá que asustarles a ellos).